
MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES (1979)
Os hablo particularmente a vosotros, jóvenes. Más bien quisiera hablar con vosotros, con cada uno de vosotros. Me sois muy queridos y tengo gran confianza en vosotros. Os he llamado esperanza de la Iglesia y mi esperanza.
Recordemos algunas cosas juntos. En el tesoro del Evangelio se conservan las hermosas respuestas dadas al Señor que llamaba. La de Pedro y la de Andrés su hermano: «Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron» (Mt 4, 20). La del publicano Leví: «Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió» (Lc 5, 28). La de los Apóstoles: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). La de Saulo: «¿Qué he de hacer, Señor?» (Act 22, 10). Desde los tiempos de la primera proclamación del Evangelio hasta nuestros días, un grandísimo número de hombres y mujeres han dado su respuesta personal, su libre y consciente respuesta a Cristo que llama. Han elegido el sacerdocio, la vida religiosa, la vida misionera, como objetivo ideal de su existencia. Han servido al Pueblo de Dios y a la humanidad con fe, con inteligencia, con valentía, con amor. Ha llegado vuestra hora. Os toca a vosotros responder. ¿Acaso tenéis miedo?
Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar bien la vida, poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de entre vosotros a esta extraordinaria aventura. Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor y de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio, es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres de hoy con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga. Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros pueden dar está dirigida personalmente a Cristo, que os llama a estas grandes cosas.
Encontraréis dificultades. ¿Creéis quizás que yo no las conozco? Os digo que el amor vence cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra de amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y hace posible vuestra respuesta. Tened confianza en «Aquel que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos» (Ef 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida con alegría, sin miedo, a Él, que antes dio la suya por vosotros.