San Juan Pablo II: A través de vuestras personas Cristo quiere llegar a la humanidad entera

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II PARA LA XXII JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

¡Jóvenes, Cristo os ama! He aquí el feliz anuncio que no puede menos que llenaros de admiración. Mi mensaje para vosotros no puede ser otro que el mismo del Evangelio: Cristo tiene por vosotros, jóvenes, un amor de predilección y os desafía al amor.

Mi diálogo con vosotros ha conocido ya los caminos del mundo y en todas partes he encontrado jóvenes sedientos de amor y de verdad, aunque agobiados por muchos interrogantes y problemas sobre el sentido de la propia vida.

No es raro, por desgracia, el peligro de caer bajo falsos guías y falsos maestros, que intentan seduciros, abusar de vuestra generosidad e incluso impulsaros hacia actividades que engendran tan sólo amargura y desilusión.

Quisiera ahora preguntaros: ¿Habéis encontrado a Aquel que se ha proclamado el único verdadero «Maestro» (Mt 23, 8)? ¿No sabéis que sólo Él «tiene palabras de vida eterna» (Jn 6, 68) y posee las respuestas verdaderas a vuestros problemas?

El amor de Cristo es la fuerza más grande del mundo, es vuestra fuerza. ¿Habéis realizado este maravilloso descubrimiento? Cuando un joven o una joven ha encontrado personalmente a Cristo y ha descubierto su amor, tiene confianza en Él, escucha su voz, se decide a seguirlo, dispuesto a todo, incluso a dar la vida por Él.

¡Jóvenes, Cristo os llama! El amor conoce diversos caminos, pues son diferentes las tareas que Él confía a cada uno y a cada una de vosotros.

En el ámbito de la vida cristiana todo bautizado ha recibido del Señor su «llamada», y todas las vocaciones son importantes, todas merecen gran estima y reconocimiento, todas deben ser escuchadas y seguidas con generosidad. Sin embargo, el Señor Jesús, al fundar la Iglesia, quiso instituir ministerios particulares, que Él confía a aquellos de entre sus discípulos a quienes libremente elige.

Es así que a muchos de vosotros, a más de cuantos se podría suponer, el Divino Redentor quiere haceros partícipes del sacerdocio ministerial para dar a la humanidad la Eucaristía, para perdonar los pecados, para predicar el Evangelio, para guiar las comunidades. Cristo cuenta con vosotros para esta misión maravillosa. Los sacerdotes son necesarios al mundo porque Cristo es necesario.

A muchos de vosotros Jesús os pide dejarlo todo para seguirle a Él pobre, casto, obediente. A muchas jóvenes dirige la llamada misteriosa a vivir un proyecto de amor exclusivo a Él en la vida virginal.

¿Pensáis acaso que estas llamadas se refieran a otros y no puedan dirigirse, quizá, a vuestra persona? ¿Os parecen muy difíciles porque comportan renuncias, sacrificios y hasta la entrega de la vida?

Observad la prontitud de los Apóstoles. Observad la magnifica experiencia de miles y miles de sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, laicos consagrados, misioneros que han llegado hasta el heroísmo para dar testimonio a la humanidad de Cristo muerto y resucitado.

Observad la generosidad de miles y miles de jóvenes, que en los seminarios, en los noviciados y en otras instituciones de formación se están preparando a las órdenes sagradas, a la profesión de los consejos evangélicos, al mandato misionero. A todos estos jóvenes vaya mi expresión de aliento y la invitación a proponer a sus coetáneos el ideal que están realizando.

¡Jóvenes, Cristo os manda! «Id a todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda creatura» (Mc 16, 15). Estas palabras pronunciadas por el Señor antes de ascender al Padre, las dirige hoy a muchos de vosotros. En el umbral del tercer milenio de la venida de Jesús, una gran multitud de hombres no ha recibido aún la luz del Evangelio y yace en graves condiciones de injusticia y miseria.

El mismo Señor revela la desproporción entre las inmensas necesidades de salvación universal y el número insuficiente de sus colaboradores. «La mies es mucha pero los operarios son pocos» (Mt 9, 37): exclamó viendo a las multitudes de todos los tiempos cansadas y agobiadas como ovejas sin pastor. En mis viajes apostólicos a todos los puntos de la tierra, constato cada vez más la actualidad del lamento del Salvador.

Sólo la gracia de Dios, solicitada por la oración, puede colmar esta dolorosa desproporción. ¿Quedaréis indiferentes escuchando el grito que sube de la humanidad? Os exhorto a orar y también a ofrecer vuestras personas, si el Dueño de la mies quisiera enviaros como operarios a su mies (cf. Mt 9, 38).

Poneos en primera fila entre aquellos que están prontos a dejar la propia tierra para una misión sin fronteras. A través de vuestras personas Cristo quiere llegar a la humanidad entera.

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