
En una carta del año 1898, a un amigo suyo trapense, decía san Carlos de Foucauld: «Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión; san Pablo al salir de Damasco fue a pasar tres años a Arabia, vuestro patrono san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un período por el que tiene que pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto. Es necesario ese silencio, ese recogimiento… Y es en la soledad… donde Dios se da todo entero a quien se da todo entero a Él. Si esta vida interior es nula… es un manantial que querría dar la santidad a los demás, pero no puede, porque carece de ella».
El santo monje misionero del Sahara tenía una experiencia muy rica de la vida en el desierto. Los autores espirituales que comentan su obra, sin embargo, no se quedan solamente con la experiencia del desierto físico, de los años en Akbés (Siria) y en Tamanrasset (Argelia); sino que aluden a los desiertos interiores. Poque es el propio santo quien interpretaba la soledad de esa forma: el desierto principal es el de la soledad del alma con Dios, que es una soledad principalmente afectiva, fruto del desprendimiento y de la entrega generosa a Dios por su amor.
Carlos de Foucauld vio realizarse en su vida, desde su infancia, la promesa que Dios hizo al pueblo de Israel, y a cada alma, por medio del profeta Oseas: «yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón… Allí ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto» (2,16-17). Ese desierto al que Dios lleva a las almas a las que quiere hablar íntimamente, es el desierto de la prueba, el desierto y la soledad del abandono y de la agónica lucha contra uno mismo y contra los enemigos del alma.
Ciertamente, no en todas las ocasiones se logra ver en la vida esa conducción divina a la lejanía y el silencio del alma. En la vida de Carlos de Foucauld hay un gran periodo de pérdida de la fe, de frialdad y de desvíos morales y humanos. Pero la mano de Dios lo lleva en todos esos años de modo inflexible, poque la voluntad de Dios se cumple siempre. Toda la marcha del alma de ese joven soldado y de ese prometedor explorador, que él mismo creía dirigir, desemboca en el encuentro con Dios en la soledad y la nada de todas las creaturas. Allí se sacia el corazón que se había desencantado de toda otra cosa que no sea Dios. Y allí da su respuesta, su fruto, la algarabía espiritual del manantial de gracia recibida.
San Juan de la Cruz, maestro de Carlos de Foucauld por aquellos años de conversión y fortalecimiento espiritual, tiene una estrofa magnífica en su Cántico espiritual, que es un hermoso himno a esa soledad en que Dios se desahoga con el alma de sus elegidos:
«En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido;
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido» (canción 35).
En el comentario que el propio Doctor místico hace de estos versos, señala que se dicen aquí dos cosas del alma: la primera, que en la soledad de afecto en que el alma quiso vivir, encontró a su Amado, que es Dios; la segunda, que, por haberse el alma cuidado de no querer nada fuera de Él, y de su voluntad, entonces Dios mismo ha hecho de ella cuidado, «recibiéndola en sus brazos, apacentándola en sí de todos los bienes, guiando su espíritu a las cosas altas de Dios».
Para san Juan de la Cruz, el alma tiene que ponerse «en soledad» para poder ir al encuentro de Dios, y para unirse con Él. Este desierto es el desarrimo de todas las cosas que no son Él, del orden material y del orden espiritual: «La soledad en que antes vivía era querer carecer por su Esposo de todas las cosas y bienes del mundo (según habemos dicho de la tortolilla) procurando hacerse perfecta, adquiriendo perfecta soledad». Y es un desarrimo y un desierto que se debe hacer primeramente «en afecto» –como diría san Ignacio. No es tanto no tener ni gozar de las cosas, sino un no querer tener ni gozar ni amar nada sino a causa de Dios y por la gloria de Dios: «en esa soledad que el alma tiene de todas las cosas en que está sola con Dios, él la guía y mueve y levanta a las cosas divinas… Porque, luego que el alma desembaraza estas potencias y las vacía de todo lo inferior y de la propiedad de lo superior, dejándolas a solas sin ello, inmediatamente se las emplea Dios en lo invisible y divino, y es Dios el que la guía en esta soledad».
A las almas que de esta forma se desnudan por Dios, Él las llena de su gracia también «en soledad», con lo cual quiere decir san Juan de la Cruz que les da sus gracias y sus fuerzas sin intermediarios, de espíritu a espíritu, siendo Él solo el que se comunica con ellas, ya que, «además de amar el Esposo mucho la soledad del alma, está mucho más herido del amor de ella por haberse ella querido quedar a solas de todas las cosas, por cuanto estaba herida de amor de él. Y así, él no quiso dejarla sola, sino que, herido de ella por la soledad que por él tiene, viendo que no se contenta con otra cosa, él solo la guía a sí mismo, atrayéndola y absorbiéndola en sí, lo cual no hiciera él en ella si no la hubiera hallado en soledad espiritual».
Esto es lo que significa en profundidad aquella afirmación de Carlos de Foucauld, según la cual es indispensable pasar por el desierto para recibir la gracia de Dios. Que si no nos esforzamos continuamente en poner nuestro amor solamente en Dios, y en su voluntad, haciendo cada día por cumplirla de modo más pronto, puro, agradecido y confiado; no vamos a poder recibir en nuestros corazones todo el manantial de gracias que Dios quiere darnos.
Por eso yo aliento a las madres y mujeres que rezan por las vocaciones en las 40 horas mensuales a que, en la medida de sus fuerzas, agreguen a sus intenciones y oraciones, la conformidad de su corazón con el de Cristo y el de su Madre. Que pongan su alma en el desierto de la soledad de amar solamente a Dios, y las demás cosas sólo por amor de Él, para que Dios, a manos llenas, colme al mundo de sus infinitas gracias.
P. Juan Manuel del Corazón de Jesús Rossi
24 de abril de 2023
Cartago, Túnez