Encuentro de las vocaciones en Bella Vista, Argentina

El paso decisivo que debe dar toda familia

es el de acoger al Señor Jesús como centro y modelo de vida

 y, en él y por él, tomar conciencia de ser lugar privilegiado

 para un auténtico crecimiento vocacional.

San Juan Pablo II

Aristóteles decía que “la amistad no solo es necesaria, sino que además es bella y honrosa. Alabamos a los que aman a sus amigos, porque el cariño que se dispensa a los amigos nos parece uno de los más nobles sentimientos que nuestro corazón puede abrigar” (Citado por el P. Diego Cano, Escalada al Cielo, p. 69).

Nuestros padres fueron y son muy amigos. Esta amistad de nuestros padres, fundada desde la juventud en los ideales de vida cristiana que compartían, es quizás una de las gracias más grandes que recibimos sus hijos. Por ella hemos podido crecer en un ambiente verdaderamente sobrenatural, rodeados habitualmente de buenos ejemplos de verdadera entrega a Dios.

Ejemplos dados con tal simplicidad en nuestras mismas casas que podrían describirse en esas bellísimas palabras que dirigiera a las familias el futuro Papa Juan Pablo I:

“¿Tenéis en la familia niños de cuatro o cinco años, que hablan fluidamente? ¿Sí? ¿Cómo sucedió? Los habéis tenido en casa, os han continuamente visto, escuchado, han respondido a vuestras preguntas y ahora hablan sin preguntarse el por qué o el cómo. Bien, ¿queréis que aprendan también a rezar y a ser mansos? Haced que vean en casa padres, hermanos y abuelos que rezan, que se aman, que sonríen, que afrontan de buen ánimo los sacrificios de cada día. Haced que los muebles, los cuadros, los libros, las revistas, reflejen el ánimo fino y religioso de quien dirige la casa. Cada uno de estos elementos actuará minuto tras minuto, por días, por meses, por años, penetrando en las almas, e influyendo en el destino de una vida entera”. (Albino Luciani, “Cien pensamientos”, n. 45).

Nuestros padres rezaron por nuestra vocación,y como esto no significa que la hayan “forzado” nadie debe escandalizarse si afirmamos que nuestras familias han deseado y pedido insistentemente a Dios que haga surgir vocaciones entre sus hijos y entre los hijos de sus amigos. San Juan Pablo II decía que las familias deben considerar “una gracia el don que hace Dios llamando uno de los hijos al sacerdocio o a la vida religiosa”, y, por ello, deberán impartir “una educación que haga percibir a los hijos toda la riqueza y la alegría de consagrarse a Dios” (Mensaje para la XXXI Jornada Mundial por las vocaciones, 1993).

Esto fue lo que hicieron nuestras familias con nosotros. Y de este ambiente familiar de Bella Vista, hemos surgido las 65 vocaciones que hoy formamos parte de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado, de las cuales 35 han entrado ya desde el seminario menor o aspirantado, y que, felices por el don inmerecido de la vocación, queremos agradecer a nuestras familias por habernos sido verdaderamente instrumentos para nuestro ingreso al Instituto.

Nuestros padres fueron criticados por nuestra vocación. Todo parece hasta aquí muy bonito y agradable, pero nuestras familias han debido “pagar” por el don de nuestra vocación. Ante todo con el dolor por la distancia que el ingreso impone. Pero también – ¿Por qué negarlo? – las muchísimas críticas recibidas por ver en tal entrega un problema familiar, un cierto fanatismo irracional. El mundo rechaza necesariamente que uno deje su familia para consagrarse a Dios… ¿Cuánto más se indignará si son, no ya uno, sino seis, siete o hasta ocho los hijos de una misma familia que entrasen al Instituto, como ha sucedido a algunas de Bella Vista?

Nosotros sus hijos, en cambio, luego de estos años de vida consagrada en el IVE, queremos decirles que tomaron la decisión más acertada y que por ello profesaremos la máxima gratitud a su generosidad para con Dios.

El encuentro de las vocaciones en Bella Vista

Era este el único objetivo de la reunión de las vocaciones en Bella Vista, para lo cual fuimos apoyados enormemente por nuestros superiores: un agradecimiento público a Dios por tanto bien recibido a través de la Virgen de Luján, y un reconocimiento lleno de gratitud a nuestras familias y a la amistad entre ellas, donde nuestras vocaciones crecieron.

La ocasión en cuanto a la fecha era inmejorable, pues 4 diáconos de nuestra ciudad se ordenaban sacerdotes y el seminarista Agustin Ibáñez de diácono. Muchos entonces estarían presentes viniendo desde sus distintas misiones: Filipinas, Holanda, USA, Italia, España, Ecuador, Guyana, Tayikistán, Grecia, Brasil y lugares distantes dentro la Argentina como Santiago del Estero.

Para que nuestra gratitud se manifieste como una verdadera deuda para con Dios y la Virgen, como primera actividad quisimos ofrecerle una peregrinación a pie a Luján, que, precedida de un momento de adoración eucarística en el colegio Sagrada Familia y con una reflexión del P. Diego Pombo, inició a las 16.30 del 6 de diciembre y concluyó a es de las 7.30 de la mañana del 7, poco antes de la primera misa del neo sacerdote Bernardo Ibarra.

El domingo 9 de diciembre, el p. Andrés Torres celebró su primera misa en Bella Vista, y al terminar la misma nos consagramos todos a la Virgen de Luján, a través de una hermosa oración escrita por el P. Bernardo Ibarra. Pasamos luego al almuerzo festivo, y allí se pudo distribuir una pequeña revista con algunos testimonios, y se proyectó un video en el cual hemos querido agradecer personalmente a Dios, a nuestras familias y a la Familia Religiosa por tanto don recibido. (Pueden ver el video aquí: https://www.youtube.com/watch?v=J0Iq4btXFno&t=13s)

Como se puede ver, el “encuentro de vocaciones” fue muy simple. No tuvo nada de llamativo. Es que queríamos que así fuera, sencillo. Porque sencillamente queríamos agradecer. Y al haberlo hecho hemos podido reconocer con mayor claridad que estamos verdaderamente en deuda con Dios, con la Virgen de Luján, con nuestras familias y con nuestra Familia Religiosa del Verbo Encarnado.

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