INVOCACIÓN A LA VIRGEN MARIA, SAN JUAN PABLO II
Invocación a la Virgen María
María, figura de la Iglesia,
Esposa sin arruga y sin mancha,
que imitándote «conserva virginalmente
la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero»,
sostiene a las personas consagradas
en el deseo de llegar a la eterna y única Bienaventuranza.
Las encomendamos a ti,
Virgen de la Visitación,
para que sepan acudir
a las necesidades humanas
con el fin de socorrerlas,
pero sobre todo para que lleven a Jesús.
Enséñales a proclamar
las maravillas que el Señor hace en el mundo,
para que todos los pueblos ensalcen su nombre.
Sostenlas en sus obras en favor de los pobres,
de los hambrientos, de los que no tienen esperanza,
de los últimos y de todos aquellos
que buscan a tu Hijo con sincero corazón.
A ti, Madre,
que deseas la renovación espiritual
y apostólica de tus hijos e hijas
en la respuesta de amor y de entrega total a Cristo,
elevamos confiados nuestra súplica.
Tú que has hecho la voluntad del Padre,
disponible en la obediencia,
intrépida en la pobreza
y acogedora en la virginidad fecunda,
alcanza de tu divino Hijo,
que cuantos han recibido
el don de seguirlo en la vida consagrada,
sepan testimoniarlo con una existencia transfigurada,
caminando gozosamente,
junto con todos los otros hermanos y hermanas,
hacia la patria celestial y la luz que no tiene ocaso.
Te lo pedimos,
para que en todos y en todo
sea glorificado, bendito y amado
el Sumo Señor de todas las cosas,
que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
FORMACIÓN – ES NECESARIO PROBAR LAS VOCACIONES, P.E.BUSUTTIL, S.J.
ES NECESARIO PROBAR LAS VOCACIONES
El joven que bajo nuestra dirección y con nuestra ayuda llegue a decidirse o por la vida religiosa o por el sacerdocio, no ha de ser abandonado a sí mismo, ni se crea que un ulterior trabajo por nuestra parte en su alma ha de ser inútil. Es necesario que la vocación se asegure, eche raíces profundas de convicción, se alimente con la oración, la conversación y el apostolado, y finalmente sea probada.
Decimos que debe probarse finalmente, es decir, al fin, cuando ya la vocación no es una tierna plantita sino que va convirtiéndose en árbol, o sea, cuando el joven se ha dado cuenta de lo que hace y el tiempo le ha dado la posibilidad de asimilar en su corazón todo el complejo de obligaciones, gozos espirituales y sacrificios que tendrá que experimentar en el nuevo género de vida que libremente ha elegido.
Conviene, tomar la cosa seriamente y con gravedad desde el principio, y eso puede hacerse muy bien sin dar la sensación de que le queréis influenciar.
“¿De veras? ¿Tienes vocación? Seria una grandísima gracia de Dios. Te deseo eso, que puedas llegar, porque, en verdad, serías un joven feliz. Pero, cuéntame, un poco, ¿cómo te ha venido ese pensamiento?” Y así, con calma, sale todo fuera con sinceridad y con un cierto sentido de amistad y confianza y a la vez puede examinarse el caso con tranquilidad. El joven será vuestro amigo y viendo vuestra sinceridad se abrirá con vosotros convencido de que poniéndose en vuestras manos estará bien guiado.
OBLIGACIÓN DE SEGUIR LA VOCACIÓN
El que tiene verdadera vocación piensa seguirla no porque se le obliga, sino porque él mismo desea alcanzar lo antes posible su ideal. Pero el demonio puede asaltarle con fuertes tentaciones, haciéndole aparecer bellísimas las diversiones del mundo y terriblemente insoportables los sacrificios de la vida religiosa.
Si él, andando el tiempo, se va convenciendo de que su decisión fue tomada en un momento de entusiasmo y que realmente la vida religiosa no es para él por razones que su Padre espiritual aprueba, está claro que no peca si se retira de su decisión. En este caso su decisión puesta a prueba aparece como no bien hecha o equivocada.
Lo peor es cuando el joven, convencido de tener verdadera vocación, no la quiere seguir por razones humanas y fútiles o por capricho: “¡Me gusta el mundo! Me fastidia ser religioso. Me parece que haré el ridículo con el hábito. No quiero porque no quiero”. Y son hechos reales que suceden.
* Tenía, pues, razón el P. Iorio en su Compendium Theologiae Moralis[1] de expresarse sobre este particular de una forma bastante seria:
“Se pregunta si peca y cómo peca el que se siente llamado a la vida religiosa y no sigue la vocación divina.
“Respondo: 1 Por sí y rigurosamente hablando no peca en ninguna forma porque los consejos divinos de suyo no imponen ninguna obligación dado que precisamente en ésto se diferencian de los preceptos.
“Respondo: 2 Sin embargo, a duras penas se puede excusar de algún pecado por el peligro en que se pone de perderse eternamente. Más aún, cometería pecado mortal si estuviese persuadido de que el único medio que le queda para conseguir la vida eterna fuese el de huir de los peligros del mundo haciéndose religioso.
* El P. Ferreres, sin embargo, se expresa con más energía:[2]
“¿La vocación al sacerdocio obliga al individuo a seguirla bajo pena de pecado mortal?
A algunos les parece que tienen que responder afirmativamente cuando existen señales ciertas de vocación y ésto por gravísimos peligros de perderse en los que se encontrará el que, despreciada la vocación divina, por propia iniciativa abraza cualquier otro estado en el mundo”.
“Por eso San Alfonso María de Ligorio dice que esta vocación es de tanta importancia que de ella depende la salvación del llamado y también la de muchos fieles”.
Y luego, con letra más pequeña, después de haber emitido esta sentencia que es como suya, el P. Ferreres continúa:
“Con todo, otros distinguen entre vocación imperativa, con la que Dios impone una obligación de obedecer, y vocación invitativa, por medio de la cual Dios invita al estado clerical, pero no impone una estrecha obligación. Éstos dicen que la primera especie de vocación obliga sub gravi, mientras la segunda no…”
Y esta manera de hablar de los teólogos no nos maravillará si consideramos cómo en la práctica Dios, muchas veces, hace pagar terriblemente este no, dicho en el tono y forma del pequeño rebelde que tira y desprecia una gracia de predilección que se le ofrece como una señal de inmenso amor por parte de su Redentor, y todo esto… por capricho… o por el secreto deseo de gozar de la vida, o porque no se quiere lo que parece es un sacrificio.
Si Dios castiga, quiere decir que aquel no, no le es una cosa indiferente.
[1] Vol. II, n.154.
[2] Cf. Comp. Theol. Mor., vol. II, n.921.