
La llevaré al desierto y allí hablaré en su corazón…

En una carta del año 1898, a un amigo suyo trapense, decía san Carlos de Foucauld: «Es necesario pasar por el desierto y permanecer en él para recibir la gracia de Dios: es en el desierto donde uno se vacía y se desprende de todo lo que no es Dios, y donde se vacía completamente la casita de nuestra alma para dejar todo el sitio a Dios solo. Los hebreos pasaron por el desierto, Moisés vivió en él antes de recibir su misión; san Pablo al salir de Damasco fue a pasar tres años a Arabia, vuestro patrono san Jerónimo y san Juan Crisóstomo se prepararon también en el desierto. Es indispensable. Es un tiempo de gracia. Es un período por el que tiene que pasar necesariamente toda alma que quiera dar fruto. Es necesario ese silencio, ese recogimiento… Y es en la soledad… donde Dios se da todo entero a quien se da todo entero a Él. Si esta vida interior es nula… es un manantial que querría dar la santidad a los demás, pero no puede, porque carece de ella».
El santo monje misionero del Sahara tenía una experiencia muy rica de la vida en el desierto. Los autores espirituales que comentan su obra, sin embargo, no se quedan solamente con la experiencia del desierto físico, de los años en Akbés (Siria) y en Tamanrasset (Argelia); sino que aluden a los desiertos interiores. Poque es el propio santo quien interpretaba la soledad de esa forma: el desierto principal es el de la soledad del alma con Dios, que es una soledad principalmente afectiva, fruto del desprendimiento y de la entrega generosa a Dios por su amor.
Carlos de Foucauld vio realizarse en su vida, desde su infancia, la promesa que Dios hizo al pueblo de Israel, y a cada alma, por medio del profeta Oseas: «yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón… Allí ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto» (2,16-17). Ese desierto al que Dios lleva a las almas a las que quiere hablar íntimamente, es el desierto de la prueba, el desierto y la soledad del abandono y de la agónica lucha contra uno mismo y contra los enemigos del alma.
Ciertamente, no en todas las ocasiones se logra ver en la vida esa conducción divina a la lejanía y el silencio del alma. En la vida de Carlos de Foucauld hay un gran periodo de pérdida de la fe, de frialdad y de desvíos morales y humanos. Pero la mano de Dios lo lleva en todos esos años de modo inflexible, poque la voluntad de Dios se cumple siempre. Toda la marcha del alma de ese joven soldado y de ese prometedor explorador, que él mismo creía dirigir, desemboca en el encuentro con Dios en la soledad y la nada de todas las creaturas. Allí se sacia el corazón que se había desencantado de toda otra cosa que no sea Dios. Y allí da su respuesta, su fruto, la algarabía espiritual del manantial de gracia recibida.
San Juan de la Cruz, maestro de Carlos de Foucauld por aquellos años de conversión y fortalecimiento espiritual, tiene una estrofa magnífica en su Cántico espiritual, que es un hermoso himno a esa soledad en que Dios se desahoga con el alma de sus elegidos:
«En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido;
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido» (canción 35).
En el comentario que el propio Doctor místico hace de estos versos, señala que se dicen aquí dos cosas del alma: la primera, que en la soledad de afecto en que el alma quiso vivir, encontró a su Amado, que es Dios; la segunda, que, por haberse el alma cuidado de no querer nada fuera de Él, y de su voluntad, entonces Dios mismo ha hecho de ella cuidado, «recibiéndola en sus brazos, apacentándola en sí de todos los bienes, guiando su espíritu a las cosas altas de Dios».
Para san Juan de la Cruz, el alma tiene que ponerse «en soledad» para poder ir al encuentro de Dios, y para unirse con Él. Este desierto es el desarrimo de todas las cosas que no son Él, del orden material y del orden espiritual: «La soledad en que antes vivía era querer carecer por su Esposo de todas las cosas y bienes del mundo (según habemos dicho de la tortolilla) procurando hacerse perfecta, adquiriendo perfecta soledad». Y es un desarrimo y un desierto que se debe hacer primeramente «en afecto» –como diría san Ignacio. No es tanto no tener ni gozar de las cosas, sino un no querer tener ni gozar ni amar nada sino a causa de Dios y por la gloria de Dios: «en esa soledad que el alma tiene de todas las cosas en que está sola con Dios, él la guía y mueve y levanta a las cosas divinas… Porque, luego que el alma desembaraza estas potencias y las vacía de todo lo inferior y de la propiedad de lo superior, dejándolas a solas sin ello, inmediatamente se las emplea Dios en lo invisible y divino, y es Dios el que la guía en esta soledad».
A las almas que de esta forma se desnudan por Dios, Él las llena de su gracia también «en soledad», con lo cual quiere decir san Juan de la Cruz que les da sus gracias y sus fuerzas sin intermediarios, de espíritu a espíritu, siendo Él solo el que se comunica con ellas, ya que, «además de amar el Esposo mucho la soledad del alma, está mucho más herido del amor de ella por haberse ella querido quedar a solas de todas las cosas, por cuanto estaba herida de amor de él. Y así, él no quiso dejarla sola, sino que, herido de ella por la soledad que por él tiene, viendo que no se contenta con otra cosa, él solo la guía a sí mismo, atrayéndola y absorbiéndola en sí, lo cual no hiciera él en ella si no la hubiera hallado en soledad espiritual».
Esto es lo que significa en profundidad aquella afirmación de Carlos de Foucauld, según la cual es indispensable pasar por el desierto para recibir la gracia de Dios. Que si no nos esforzamos continuamente en poner nuestro amor solamente en Dios, y en su voluntad, haciendo cada día por cumplirla de modo más pronto, puro, agradecido y confiado; no vamos a poder recibir en nuestros corazones todo el manantial de gracias que Dios quiere darnos.
Por eso yo aliento a las madres y mujeres que rezan por las vocaciones en las 40 horas mensuales a que, en la medida de sus fuerzas, agreguen a sus intenciones y oraciones, la conformidad de su corazón con el de Cristo y el de su Madre. Que pongan su alma en el desierto de la soledad de amar solamente a Dios, y las demás cosas sólo por amor de Él, para que Dios, a manos llenas, colme al mundo de sus infinitas gracias.
P. Juan Manuel del Corazón de Jesús Rossi
24 de abril de 2023
Cartago, Túnez
Oración de San Pablo VI

Jesús, buen Pastor,
Tú que has venido
para buscar y salvar
lo que se había perdido;
Tú que has instituido
el sacerdocio de la Iglesia,
que ha de proseguir tu obra
por todos los tiempos,
te rogamos insistentemente:
envía operarios a tu mies!
Envía sacerdotes dignos a tu Iglesia!
Envía religiosos y religiosas!
Haz que sigan tu llamado
todos los que desde la eternidad
elegiste para tu santo servicio,
pero que ninguno se atreva a penetrar
en tu Santuario sin haber recibido ese llamado.
Fortalece, Señor,
a todos tus sacerdotes y religiosos
en su difícil vocación
y bendice sus esfuerzos y trabajos.
Que sean la sal de la tierra
que evita la corrupción;
que sean luz del mundo
que a todos iluminen con su palabra
y con su ejemplo.
Concédeles sabiduría, paciencia y fortaleza
para que busquen tu gloria,
extiendan tu reino en los corazones de los hombres
y lleven las almas a ellos confiadas
hasta la Vida eterna. Amén.
María, Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.
San Juan Pablo II: ¿Acaso tenéis miedo?

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES (1979)
Os hablo particularmente a vosotros, jóvenes. Más bien quisiera hablar con vosotros, con cada uno de vosotros. Me sois muy queridos y tengo gran confianza en vosotros. Os he llamado esperanza de la Iglesia y mi esperanza.
Recordemos algunas cosas juntos. En el tesoro del Evangelio se conservan las hermosas respuestas dadas al Señor que llamaba. La de Pedro y la de Andrés su hermano: «Ellos dejaron al instante las redes y le siguieron» (Mt 4, 20). La del publicano Leví: «Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió» (Lc 5, 28). La de los Apóstoles: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). La de Saulo: «¿Qué he de hacer, Señor?» (Act 22, 10). Desde los tiempos de la primera proclamación del Evangelio hasta nuestros días, un grandísimo número de hombres y mujeres han dado su respuesta personal, su libre y consciente respuesta a Cristo que llama. Han elegido el sacerdocio, la vida religiosa, la vida misionera, como objetivo ideal de su existencia. Han servido al Pueblo de Dios y a la humanidad con fe, con inteligencia, con valentía, con amor. Ha llegado vuestra hora. Os toca a vosotros responder. ¿Acaso tenéis miedo?
Reflexionemos, pues, juntos a la luz de la fe. Nuestra vida es un don de Dios. Debemos hacer algo bueno. Hay muchas maneras de gastar bien la vida, poniéndola al servicio de ideales humanos y cristianos. Si hoy os hablo de consagración total a Dios en el sacerdocio, en la vida religiosa y en la vida misionera, es porque Cristo llama a muchos de entre vosotros a esta extraordinaria aventura. Él necesita, quiere tener necesidad de vuestras personas, de vuestra inteligencia, de vuestras energías, de vuestra fe, de vuestro amor y de vuestra santidad. Si Cristo os llama al sacerdocio, es porque Él quiere ejercer su sacerdocio por medio de vuestra consagración y misión sacerdotal. Quiere hablar a los hombres de hoy con vuestra voz. Consagrar la Eucaristía y perdonar los pecados a través de vosotros. Amar con vuestro corazón. Ayudar con vuestras manos. Salvar con vuestra fatiga. Pensadlo bien. La respuesta que muchos de vosotros pueden dar está dirigida personalmente a Cristo, que os llama a estas grandes cosas.
Encontraréis dificultades. ¿Creéis quizás que yo no las conozco? Os digo que el amor vence cualquier dificultad. La verdadera respuesta a cada vocación es obra de amor. La respuesta a la vocación sacerdotal, religiosa, misionera, puede surgir solamente de un profundo amor a Cristo. Esta fuerza de amor os la ofrece Él mismo, como don que se añade al don de su llamada y hace posible vuestra respuesta. Tened confianza en «Aquel que es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos» (Ef 3, 20). Y, si podéis, dad vuestra vida con alegría, sin miedo, a Él, que antes dio la suya por vosotros.
“El secreto está en la fe y la piedad de nuestras madres” (B. Filippo Rinaldi)
Durante el fin de semana del Domingo de la Misericordia, la provincia «Nuestra Señora de Loreto» quiso organizar una peregrinación a un pequeño pueblo piamontés llamado Lu Monferrato donde, hacia finales del siglo XIX, un grupo de mamás había empezado a reunirse todos los martes en la iglesia, ante el Santísimo Sacramento, para rezar por más vocaciones sacerdotales y religiosas, ¡especialmente entre sus hijos! Era evidente que Dios no iba a negar a estas santas madres una ofrenda tan generosa y llena de fe y así, en cuarenta años, las bendijo suscitando más de trescientas vocaciones ¡en una ciudad que sólo contaba con tres mil habitantes! ¡Qué lugar del mundo puede presumir de tener el 10 % de su población en almas consagradas! Pero eso no es todo: es increíble contemplar los ejemplos de vida y santidad de estos sacerdotes y religiosos, entre los que se encuentra también el Beato Filippo Rinaldi, tercer sucesor de San Juan Bosco en el gobierno de los Salesianos.
Viendo la urgente necesidad que tiene la Iglesia de santas vocaciones, hemos reunido por primera vez en la historia de la Familia Religiosa a las madres de nuestro proyecto «40 horas», para llevarlas a los lugares donde estas santas mujeres de Lu habían rezado, dejando tan buen ejemplo de amor y admiración por la vocación religiosa. Para nuestra gran sorpresa, vinieron madres de varios países del mundo (además de Italia, también de Chile, Guatemala, España, Holanda y Argentina), algunas de las cuales nunca habían participado en ninguno de nuestros encuentros o apostolados, ¡y que por lo tanto nos conocieron por primera vez! También pudieron asistir las madres de varios religiosos, venidas de diversas partes de Italia, algunas incluso de lugares lejanos del país. En total, entre religiosos y madres, formamos un bonito grupito de unas 140 personas.


Todas las actividades tuvieron lugar principalmente el sábado 15 de abril. Por la mañana, salimos con los coches y trafic y, una vez llegados a Lu Monferrato, visitamos primero la iglesia de Santa Maria Nuova, donde solían reunirse estas madres y donde hay una capilla lateral, dedicada a las vocaciones «de casa»: aquí nos recibió calurosamente el párroco. Luego dimos una vuelta por el pueblo, nos detuvimos frente a las casas de infancia del Beato Filippo Rinaldi y de Sor Angela Vallese, y al llegar al lugar histórico donde todas las vocaciones de Lu se hicieron una foto, no pudimos menos que hacer lo mismo, en un clima de alegre algarabía animada por las madres que levantaron dos estandartes, el histórico que hicieron las madres de Lu y la que hicimos para esta ocasión. A continuación, el Padre Andrés Bonello dio una conferencia sobre la importancia del papel de la familia en el nacimiento de las vocaciones a la vida consagrada, como núcleo donde surgen y deben surgir las vocaciones a la vida consagrada, gracias a una educación cristiana, a la fidelidad a la vocación matrimonial de los padres y a la enseñanza de la importancia de la oración (¡y de rezar!). Después de un almuerzo al aire libre, acompañado de un hermoso día soleado, volvimos a la iglesia para hacer Adoración Eucarística y rezar todos juntos, madres y religiosos, por las vocaciones, mientras varios sacerdotes estaban disponibles para las confesiones: ¡uno puede imaginarse la lluvia de gracias que debió caer sobre nosotros en ese momento! Sólo en el Cielo sabremos en qué parte del mundo algunos religiosos recibieron la fuerza para seguir perseverando, y para seguir queriendo gastarse por la salvación de las almas.

Finalmente nos dirigimos en procesión, mientras rezábamos el Santo Rosario, al cementerio del pueblo. Después regresamos a Turín, donde cenamos y celebramos todos juntos con un hermoso fogón, con canciones, un divague y algunos bailes, sostenido por el gran entusiasmo de las madres: se respiraba un verdadero aire de familia y había mucha alegría, a pesar del cansancio del día que acababa de pasar.
Fue muy edificante para nosotros ver cómo después de un día tan intenso, ninguna de las madres dejó de participar en la Adoración nocturna que duró hasta el domingo por la mañana. ¡Qué gran alegría ver a nuestras madres rezando por nosotros, algunas durante toda la noche, por nuestra perseverancia y santidad, y por el aumento de las vocaciones consagradas!
Ya el apostolado tocaba a su fin, muchas madres empezaban a volver a casa ya a primeras horas de la mañana, pero… todos muy cansados y muy contentos, tanto las madres como nosotros los religiosos, espiritualmente felices y recargados de ver que aunque muchas cosas en el mundo se desmoronan, seguimos sembrando el bien que sigue creciendo, aunque no haga ruido, aunque nadie lo sepa. Sólo un santo sigue cambiando el destino de la historia y del mundo: ¡un santo que puede llegar a serlo, gracias a las oraciones de tantos otros!
Ahora que quedábamos unos pocos, con los que quisieron, organizamos un pequeño viaje a Valdocco, tras las huellas de San Juan Bosco, y aquí llegó la cereza del pastel. Aunque la cripta donde se conserva el cuerpo del Beato Filippo Rinaldi estaba cerrada, tras apelar a su intercesión, ¡nos la abrieron! ¡Qué mejor manera de terminar estos intensos días agradeciendo a nuestro nuevo amigo, que nos llenó de gracias y nos ayudó durante toda la preparación de nuestro apostolado!
Reconozco que fue realmente una gran gracia poder estar en esta peregrinación. Me impresionó la conciencia que estas madres tenían de la importancia y del valor de la vocación religiosa, hasta el punto de que aprendí mucho de su ejemplo y de sus palabras, que realmente transmitían su gran fe y confianza en Dios y en la oración. Creo que, paradójicamente, este apostolado fue ante todo un apostolado para nosotros los religiosos, ayudándonos a comprender más profundamente la grandeza de la vocación a la que Dios nos ha llamado, reservándonos «la mejor parte» (Lc 10, 42). Y, por si fuera poco, también nos ha permitido renovar un profundo sentimiento de gratitud hacia nuestros padres, que aceptaron, por amor a Dios y a nosotros, hacer el gran sacrificio de darle un hijo, su tesoro más preciado.
Que nuestra Madre del Cielo, protectora y consoladora de estos padres generosos, interceda por nuestra perseverancia y santidad, y por el aumento de nuevas y santas vocaciones, para que el jardín de la Iglesia florezca con tantas almas deseosas de vivir por amor, y amor a Cristo.
Viva la Virgen!
Vivan las vocaciones!
Viva la Congregación!
Maria Riposo della Santissima Trinità
Noviziato Madonna di Loreto, Italia




Añadimos aquí algunos testimonios de las madres que participaron:
Gracias a la peregrinación a Lu Monferrato, me redescubrí como madre. No sólo generando continuamente a mis hijos en la oración, en la petición al Señor para que, si esa es su Voluntad, se conviertan en obreros suyos, sino también como madre de los que dirán sí a la vocación sacerdotal y religiosa a través de mi miserable oración, y madre de los que volverán a Él a través del trabajo incansable de estos obreros suyos. Ofreciéndole nuestros hijos y rezando por el aumento de las vocaciones, dejaremos de ser sólo nuestras, para convertirnos en madres de otros hijos, de otros padres, de otras madres.
Rezando ante las tumbas de las santas madres de Lu y de sus santos hijos, unidos Cielo y tierra, eliminada la distancia que nos separa de ellos, haciendo tangible la comunión de los santos, unidos por su amor a la Iglesia y por la salvación de todas las almas que tanto le costaron al Señor. Alessandra
Partí con el grupo de madres de la escuela Beato Pier Giorgio Frassati de Vitorchiano. Llevaba en el corazón las palabras que el padre Fermín, que nos celebró la Santa Misa antes de partir, dijo en su homilía, hablando del don de los hijos: «Tú me los diste, ¡no podrían estar en mejores manos!». Esta frase resonó en mi cabeza durante toda la peregrinación.
No tengo palabras para describir la armonía y el afecto que se creó entre nosotras, las madres, que compartíamos esperanzas, oraciones, cansancio, pero también tanta alegría propia de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado. Lo que más me impactó fue la hora de adoración en la iglesia de Lu, donde allá por 1881 algunas madres de familia tomaron la decisión, como nosotras, de rezar por las vocaciones sacerdotales y religiosas de sus hijos. En aquel silencio de adoración, ¡se oían todas las oraciones de cada uno de nosotros unidas en una sola plegaria a Dios!
Yo rezo siempre, de manera especial, por las vocaciones muy jóvenes. Creo que es importante ofrecer al Señor la pureza, que hoy es un valor no reconocido como tal por la sociedad. Antonella
Gracias por ser testigos gozosos de la Providencia de Dios. Saber que en el pasado las oraciones de tantas madres fueron escuchadas por Dios que derramó gracias sobre sus hijos aviva nuestras oraciones actuales.
Tiziana
Toda peregrinación deja una huella, una lección, un recuerdo, Lu Monferrato ha dejado también sentimientos unidos al corazón y expectativas. Rezar por las santas vocaciones, rezar para que florezcan flores que ofrecer a Jesús allí donde los que lo han hecho antes que yo han tenido una lluvia de gracias, ha fortalecido mi fe en Aquel que todo lo puede y siempre escucha. Isa
Fue una experiencia emotiva y conmovedora, especialmente durante la visita al cementerio, donde pudimos rendir homenaje y rezar por aquellos que iniciaron esta aventura espiritual. No hay nada más que pueda compartir con todos vosotros, salvo mi deseo de que esta experiencia se convierta en una cita habitual, para crecer en santidad y ver las escuelas de formación rebosantes de hermanas y futuros padres. Gracias a todos, ¡¡¡Ave María y adelante!!! Rita
No esperaba un encuentro tan hermoso. Lo que más me impresionó fue el poder de la oración humilde y silenciosa de estas madres, ¡un verdadero milagro en este pequeño pueblo del Piamonte! Una oración que ha cambiado la vida de quién sabe cuántas personas, porque luego las religiosas han ido por todo el mundo. ¡Me han dado una inmensa esperanza! La Iglesia del mañana está ahí… ¡Y es una Iglesia joven, ferviente y alegre! Lo que me llevo a casa es el deseo cada vez más fuerte de seguir a Jesús y el deseo de rezar por las vocaciones, ¡porque Dios escucha! Veronique
Me resulta difícil expresar en pocas palabras lo maravilloso que fue poder participar en la peregrinación de Lu di Monferrato. Como muchas otras madres, me imagino, llegué cansada y fatigada pero el Señor me reconfortó inmediatamente a través de vosotras Servidoras que os encargasteis de todo: condujisteis durante horas, nos preparasteis almuerzos y cenas por no hablar de la cama con la tarjeta de bienvenida y los bombones.
Y luego qué día tan increíble el sábado en Lu con el testimonio de Don Pier Giorgio y la sobrina de la monja misionera en la Patagonia. Pero quizás el momento que más me impresionó fue la procesión por las calles del pueblo con algunas ancianas participando del rosario desde las puertas de sus casas, seguido de la visita al cementerio.
Fue como tocar por un momento aquella verdad que dice la Sagrada Escritura: «A tus ojos, mil años son como el día de ayer que ha pasado, como una vigilia en la noche».
Aquí fue como revivir en un momento los últimos 100 años de Lu y sentirse como inmerso de repente en un poderoso flujo de gracia que como el viento «sopla donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es para todo aquel que ha nacido del Espíritu». Y, ciertamente, ¡esta peregrinación nace del Espíritu! Nathalie
No puedo decirlo, sólo sé que de todas las cosas maravillosas que vivimos esos días: las misas, la adoración, la conferencia, la procesión… todo fue muy muy intenso y significativo, pero lo que más me impactó fue la unidad; la fuerte unidad no sólo como familia del Verbo Encarnado, sino entre nosotras las madres. Estábamos unidas e indivisas, no teníamos que preocuparnos de los hijos ni de los maridos, sino que en ese momento éramos madres más que nunca.
Dios sabe qué rumbo tomará todo esto pero «la Unión de Madres» fue una experiencia única que me abrió los ojos a una maternidad más amplia y a una responsabilidad sobre las vocaciones que se nos dan para que la Iglesia continúe la obra de nuestro Señor en la tierra. Flora
Mi testimonio es que he conocido más de cerca la vida de las monjas sobre todo, y veo la necesidad de rezar por ellas y por la obra que Dios quiere hacer a través de ellas en este mundo que las necesita.
Así mismo, he visto a la Iglesia como la mejor madre, nos acoge y nos cuida a todos, y prueba de ello ha sido la gran acogida que hemos tenido durante esta peregrinación, que además de estar cerca de mi hija, me muestra lo necesario que es en la Iglesia la oración unos por otros y la fraternidad que se vive dentro de ella, a pesar de nuestras debilidades.
Agradezco la obra que hacéis y espero poder seguir viviendo muchas más ocasiones de cercanía con esta Obra de Dios que solo acaba de empezar.
Gracias por la gran alegría y generosidad en compartir lo que Dios os da, y en especial a las Madres de las novicias y a todos los laicos que os ayudan desde más cerca. El mundo os necesita y Dios os quiere y ese amor se ve.
¡Que Dios os bendiga!
Carmen Jiménez Bolívar
Buenas tardes soy la tía de Merced de Dios. Para mí ha sido una experiencia muy gratificante, donde me ha removido muchas emociones, donde he podido comprobar cuánto amor nos da Dios y cómo podemos compartirlo, cómo solo necesitamos tenerlo a Él y lo demás sobra. Cómo aún quedan por ahí vocaciones a pesar de la sociedad del consumismo que tenemos, como hay personas como los apóstoles que lo dejan todo y siguen a Jesús!
También es de destacar que las madres, como bien se nos dijo en la charla, juegan un papel importante en la educación, ser madre también es una vocación que Dios nos pide, hoy en día es difícil educar, tenemos demasiadas tentaciones a nuestro alrededor.
Agradezco el poder haber participado en este encuentro.
Carmen Jurado
Quiero dejar un recuerdo de estos días, que van a pasar y quiero que sus gracias perduren para los que lo lean.
Dios me dio la posibilidad de venir a Italia para peregrinar a Lu, Monferrato.
Muchos nunca han escuchado hablar de este pueblo pequeño que una vez tuvo tres mil habitantes y ahora más humilde que antes tiene apenas seiscientos. Algo grandísimo ocurrió en Lu cuando unas simples madres se juntaron a rezar para pedir la enorme gracia de tener en sus familias algún religioso.
Cuando hoy en día las madres temen que Dios llame a sus hijos, estas madres los pedían.
Este ejemplo hizo que muchas mujeres hoy quisieran la misma gracia para sus familias y, como ellas, ser bendecidas enormemente.
Así fue que llegamos a Lu, peregrinamos allí, adoramos el Santísimo Sacramento, tuvimos una Misa y con una conferencia y un almuerzo festivo, pasamos un día inolvidable recorriendo esas callecitas que años atrás fue el suelo de almas grandes.
Grandes almas de esas mujeres que son ejemplo por tener ojos para ver lo que verdaderamente vale, ojos para tomar lo sobrenatural con más real de lo que es pasajero. Ellas entregaron sus hijos para la salvación de las almas.
Terminamos ese día en una solemne procesión llevando a la madre de las vocaciones, la Virgen de Lujan, al Sagrado Corazón y al estandarte que ellas usaban y el de las 40 horas al cementerio.
Para allí presentar este homenaje a los restos de nuestros modelos.
Llevando flores, y con un responso sacar muchas almas del Purgatorio.
Yo imagino como se habrá visto este espectáculo desde el cielo. Imagino a todas las almas que habitaron en Lu contemplando como les agradecemos su ejemplo, como revivimos lo que solían hacer ellas por el aumento de las vocaciones.
Y lo que más me alegra es que en agradecimiento harán caer innumerables gracias inimaginables para nosotros y para toda la iglesia.
¡Qué bueno es Dios que permitió esto sucediera y que con su Providencia bendijo todos los esfuerzos para que ese día fuese un verdadero anticipo del Cielo!
Sonia Ibarra
