
Carta de una religiosa a sus padres

Queridos papá y mamá,
Hace tiempo que quería escribirles algo para agradecerles la inmensa ofrenda, generosa y alegre, que habéis hecho a Dios de tantos hijos. Estas son unas simples reflexiones, con todo mi afecto….
Pienso que si bien es cierto que las familias de los consagrados son merecedoras de grandes bendiciones (de hecho, San Juan Bosco dice que se salvan hasta la cuarta generación), no es menos cierto que ellas -y especialmente los padres de los religiosos- comparten con ellos las mismas renuncias e incluso los mismos votos profesados.
Ante todo, ustedes están llamados a vivir en un espíritu de fe desde el momento en que Dios os pide que le ofrezcáis a vuestros hijos. Dios los llama como llamó a Abraham y te dice: “Toma a tu único hijo, al que tanto amas, Isaac; ve a la región de Moria y ofrécelo en holocausto en el monte que te señalaré”.
Es una fe que implica abandono porque no se sabe qué sucederá después….
Dios quiere este abandono como lo quiso de Abraham, no le da explicaciones ni le habla según la lógica humana y, sin embargo, le pide aquello que más ama. De la misma manera quiere que confíen en Él tanto como Abraham confiaba en Él, estaba seguro de que Dios no se dejaría superar en generosidad, y aunque no sabía cómo, estaba seguro de que no perdería a su hijo ofreciéndoselo a Dios. Sabía que volvería con él y por eso dijo a sus criados: “Quedaos aquí con el asno, mientras yo y el muchacho vamos delante. Adoraremos a Dios y luego volveremos para reunirnos con vosotros” y “Dios proveerá el cordero para el holocausto”.
Es verdad que Dios con esto quiere pedirles más, exige de ustedes más amor.
No nos llama de modo aislado, sino en familia, con padres y hermanos concretos. Cuando llama a un miembro de la familia, está llamando a todos junto con él, porque todos tienen que dar su consentimiento y su renuncia. Dios los pone a prueba como probó a Abraham, y así, como a él, el ángel les dice después de la prueba: “Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado a tu único hijo”.
Dios les pide también a ustedes que compartan nuestros mismos votos.
Vivan el voto de castidad junto a nosotros, renunciando a rodearos de muchos nietos y a la satisfacción que ello conlleva. Compartan también con nosotros el voto de obediencia porque ya no pueden disponer de nosotros como antes, porque nosotros mismos ya no tenemos nuestra propia voluntad de la que disponer. Se someten a la voluntad de nuestros superiores, que no es otra que la voluntad de Dios, y renuncian así a la propia voluntad. Por último, vivan con nosotros el voto de pobreza porque comparten con nosotros las dificultades y humillaciones de quienes, viviendo en la pobreza, deben mendigar y depender de los demás. Así como no disfrutan de los honores que vienen con los bienes mundanos.
A esto hay que añadir la cruz de la persecución con la que Dios les bendice de manera especial. Dios os pide que, con el don que le habéis hecho de vuestros hijos, no sean comprendidos, se los tome por tontos, se los critique, se los desprecie….. y muchas veces lo sufren sin que nos demos cuenta.
A todo esto se añade que no están protegidos, como nosotros, en un convento. Hay que seguir viviendo en un entorno hostil, dando testimonio de los valores sobrenaturales que el mundo tanto aborrece.
Y todo esto lo sufren, sin haberlo “elegido” de una determinada manera. No profesaron los votos religiosos, no fueron ordenados…. y, sin embargo, viven muchas circunstancias de la vida como verdaderos consagrados. Pienso que esto es obra de la infinita misericordia de Dios, que en su Providencia dispone todo para su bien y los hace vivir cosas que no eligieron; es su gracia la que los impulsa a vivir una vida de mayor santidad de maneras inimaginables. Pero creo que en estas circunstancias es importante poner toda la voluntad, para que la donación sea meritoria y dé gloria a Dios.
Me viene a la memoria lo que decía un autor… que ante las cosas que Dios nos envía debemos poner nuestra libertad, es decir, no sólo aceptarlas (y sufrirlas) sino elegirlas. Es decir, recibirlos de todo corazón mediante un acto positivo de nuestra libertad.
En este sentido -decía el autor- es muy útil meditar las palabras de Nuestro Señor: «Mi vida (…) nadie me la quita, sino que Yo la ofrezco de mí mismo» (Jn 10, 18).
Por todo lo que viven, creo que también se hacen dignos de la promesa de Nuestro Señor: “En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o campos por mí y por el Evangelio, que no reciba ya en el presente el ciento por uno en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, junto con persecuciones, y en el futuro la vida eterna.” (Mc 10,29-30)
¡Recibirán el céntuplo! …¡eso es seguro!
No hay alegría comparable a la que viene de Dios cuando uno se lo da todo. Él lo da todo a los que se dan todo a Él. Y aquí habría que hacer una lista interminable para enumerar sus dones….sólo piensen en la gran familia que Dios nos ha dado con la Congregación y con ella, Dios les ha dado muchos más nietos de los que podrías haber imaginado tener.
O basta pensar, y más aún, en el consuelo y la paz que experimentan cada día de su vida quienes han entregado un hijo a Dios. Así lo describía Dom Columbia Marmion en una carta al papá de una religiosa: “Te digo, pues, querido amigo, que estoy seguro de que Jesucristo espera de ti este sacrificio, que será el consuelo más dulce durante tu vida y una fuente de gran confianza en la hora de la muerte. Recuerdo que mi amado padre, habiendo entregado a dos de sus hijas al Señor para la vida religiosa, vaciló en conceder el permiso a la última y más querida. Pero al final, incapaz de negarle nada a Jesucristo, se lo concedió. Y sucedió que poco tiempo después, encontrándose a punto de comparecer ante el Juez Soberano, dijo que su mayor consuelo era haber dado a Jesucristo lo que más amaba en el mundo”.
Hace poco un señor nos dijo que no quería que Dios le pidiera muchos hijos… Seguramente no se daba cuenta de lo que decía, pero a mí me dio pena, porque pensé: ¿cómo es posible que le pongamos límites a Dios? ¿Cómo es posible que amemos a Dios hasta cierto punto y no más…?
Y pensé en ustedes y me sentí orgullosa… ¡porque no habían puesto límites a Dios, porque lo amaban por encima de todo! Y por esto no hay duda de que recibirán el ciento por uno…. como Abraham a quien Dios dijo: “Por haber hecho esto y no haberme negado a tu hijo, tu único hijo, te bendeciré con toda bendición y haré que tu descendencia sea muy numerosa, como las estrellas del cielo y como la arena de la orilla del mar; tu descendencia tomará posesión de las ciudades de tus enemigos. Todas las naciones de la tierra serán bendecidas por tu descendencia, porque has obedecido mi voz” (Gen 22,16-18).
Habría mucho más que decir, pero necesitaría una mejor inspiración. Me faltan las palabras y mi alma quisiera expresarse más pero no puedo. Por eso, tomen estos pobres pensamientos como una pequeña demostración del inmenso amor y gratitud que siento por ustedes, por haberme ofrecido al mejor de los esposos y al que me enseñaron a amar con toda mi alma.
Hay sufrimientos y renuncias que permanecen en lo más profundo de las almas de ustedes… que sólo Dios conoce. También por esto le doy las gracias. ¡Que Dios les recompense abundantemente y a nosotros nos haga dignos de tan buenos padres!
Unidos en el Corazón de Jesús.
Una religiosa a sus padres.
Oración a la Sagrada Familia

¡Oh Sagrada Familia de Nazaret!, comunidad de amor de Jesús, María y José, modelo e ideal de toda familia cristiana: a ti confiamos nuestras familias.
Abre el corazón de cada hogar a la fe, a la acogida de la Palabra de Dios, al testimonio cristiano, para que llegue a ser manantial de nuevas y santas vocaciones.
Dispón el corazón de los padres para que, con caridad solícita, atención prudente y piedad amorosa, sean para sus hijos guías seguros hacia los bienes espirituales y eternos.
Sagrada Familia de Nazaret, haz que todos nosotros, contemplando e imitando la oración asidua, la obediencia generosa, la pobreza digna y la pureza virginal vividas en ti, nos dispongamos a cumplir la voluntad de Dios. Amén.
San Juan Pablo II
San Juan Pablo II: La humanidad necesita de Sacerdotes y de Consagrados santos

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II PARA LA XXXVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES (1999)
La vocación a ser «santos, porque él es santo» (Lv 11,44) se lleva a cabo cuando se reconoce a Dios el puesto que le corresponde. En nuestro tiempo, secularizado y también fascinado por la búsqueda de lo sagrado, hay especial necesidad de santos que, viviendo intensamente el primado de Dios en su vida, hagan perceptible su presencia amorosa y providente.
La santidad, don que se debe pedir continuamente, constituye la respuesta más preciosa y eficaz al hambre de esperanza y de vida del mundo contemporáneo. La humanidad necesita presbíteros santos y almas consagradas que vivan diariamente la entrega total de sí a Dios y al prójimo; padres y madres capaces de testimoniar dentro de los muros domésticos la gracia del sacramento del matrimonio, despertando en cuantos se les aproximan el deseo de realizar el proyecto del Creador sobre la familia; jóvenes que hayan descubierto personalmente a Cristo y quedado tan fascinados por él como para apasionar a sus coetáneos por la causa del Evangelio.